Se me
fue uno de mis gatitos. El siamés, bizco, leoncito o como quieras llamarlo.
Llegó a
mí, hace tres años con media oreja comida por la gangrena, un cuello lleno de
heridas y con muchas ganas de vivir. Lo curamos, le dimos comida y durante tres
años hemos estado viniendo a verlo. Él siempre estaba ahí, nunca se perdió y lo
único que hacía era cazar ratitas que nos traía. Le encantaba comer y siempre
lo hacía de forma lenta pero continua. En invierno le cubría una gran melena de
forma que parecía una verdadera mini panterita de las nieves. Era brusco y le
gustaba que lo acariciara fuerte y jugando. Cuando ronroneaba era la mejor
sensación que podía sentir. Y sus zarpitas eran las más bonitas del mundo.
Ayer lo
atropellaron y mis padres lo encontraron muerto. Al despertarme me enteré de la
noticia y no lo podía creer. De hecho aún creo que va a aparecer por la
ventana, como la última vez que lo ví. Nunca volveré a acariciarlo y su hermano
lo echa de menos. Lo veo triste, todo el día durmiendo y sin ganas de hacer
nada. Todas las mañanas ellos dos jugaban y luchaban, eran como un mismo gato,
y ahora uno de ellos se ha marchado para siempre.
Sigo
pensando que lo mejor que he hecho en mi vida fue adoptar a esos tres gatitos
indefensos que algún hijo de puta abandonó a las puertas de mi casa. Los eduqué
y se convirtieron en los mejores gatitos del mundo. Sólo espero que su muerte
fuese rápida y sin dolor, porque mi bizqui no puede haberse ido de este mierda
de mundo sufriendo.
Siempre
te querré y en mi corazón estarás. Para el mejor gato del mundo.
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