miércoles, marzo 21



Cada vez que pienso en mi futuro, lo veo lleno de ilusiones. Me imagino siendo veterinaria (no sé si de las "buenas" o de las "malas", pero siempre respetando una cierta moralidad), ayudando en alguna asociación y acogiendo de vez en vez perrillos.

Me imagino un piso de techos altos y una ventana que da a un naranjo que en primavera llena mi hogar de azahar. Me imagino con mis gatos (quién sabe sin con Cachi) y, aunque me duela reconocerlo hasta el corazón, quizás con un niño.

Sí, siempre he odiado (y odio) a los niños chicos y bebés, y pienso que es en cierto modo una desgracia traer a un niño a esta porquería de mundo. Pero también me veo paseándolo un sábado por la plaza del Pumarejo (o similar), lleno de colores en su ropa y montado sobre mis perros.

Me veo cosiendo mis cojines y colchas o pintando en un caballete en la ventana del naranjo. Me imagino yendo al teatro, a exposiciones, a rutas de senderismo y ciclismo por el campo, a comprar a un mercado para hacer dulces ricos...


Me río a la vez que pienso todo esto, porque hoy por hoy lo único que seguramente se cumplirá, es que sea veterinaria. Y más me río cuando pienso en el futuro e irremediablemente, pienso en tí. ¿Seguirás ahí o te habrás marchado hace ya tiempo?

Es una pregunta que me hago desde hace cinco años y que con el tiempo, he aprendido a convivir con ella y con sus posibles respuestas. Y la conclusión es que me da igual, hoy por hoy estás ahí, estamos ahí, más enamorada que nunca, y lo que venga en un mañana ya vendrá. Mientras, me gusta seguir pensando en mi naranjo, en mi ventana y en ti.




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